Un día de junio no muy especial un ángel decidió abrir sus alas.

Las extendió por completo para poder volar tan alto que pudiera tocar la Luna.

Se veía más hermoso que nunca, dorado como el sol, brillando en medio del oscuro mundo,

Y sus ojos negros se convirtieron en estrellas titilando en un firmamento profundos e infinito,

Y su voz se convirtió en el sonido cristalino del mar o en el susurro arrullador del viento moviendo apenas los follajes.

Y su risa se transformó en la risa del silencio.

Y su cuerpo se transformó en el claro de la aurora de una naciente mañana,

aferrándose a la noche moribunda que da paso al alba

Un nombre. Un susurro en el viento. Un ángel que pasa.

Etéreo, efímero e irreal. Un ángel de alas doradas.

Rodeado de una bruma crepuscular, rompió el capullo amargo de la carne

Rompiendo cadenas, liberándose del dolor y del miedo.

Un ángel de espada de plata, vestido de hierro

El eco eterno de un ángel que escribió su nombre con sangre

con fuego, con lágrimas, con el sacrificio de su vida

que partió un día de junio en un vuelo infinito hacia las profundidades del universo.

Una ausencia que es grito de muerte haciendo eco en la soledad de mi alma.


Para Michael