Este es el texto que envié a www.todosuno.cl

Afuera la noche bulle de vida citadina. Las luces parpadeantes de la urbe que entra en plena noche se mezcla con las estrellas y la luna de una noche de abril. Los ruidos de los automóviles en la gran avenida que corta la ciudad como la espada de un conquistador sobre el pueblo primigenio se abre al hombre libre.

Es la música de una ciudad que lucha entre lo antiguo y lo clásico; la historia impregnada en su suelo y en su cielo y la vida agitada que parece no descansar. Desde mi balcón veo el mismo paisaje que vieran los ancestros de Arauco y el despiadado conquistador español. Pedro de Valdivia quien miró desde el mismo punto que hoy miro yo habrá imaginado alguna vez lo que hoy ven mis ojos, habrá imaginado como es esta tierra 500 años después. La ciudad llena de vida erguida irónicamente sobre la sangre y la muerte de quienes por años la defendieron.

Mi ciudad, mi Santiago querido, mi amante secreto que me abraza por las noches con sus brazos hechos de rascacielos y calles, de estrellas y luces; mi padre, mi suelo. El mismo que observé con ojos de niña, admirada por sus edificios altos y comercios que hoy ya no existen comidos por el progreso, el mismo que hoy abre sus brazos para darme cobijo y hogar en su seno, para recordarme que aquí pertenezco, en medio de edificios y smog y tradiciones pasadas. La ciudad de los caciques, arrebatada cruelmente por invasores extranjeros, pero que siempre permaneció nuestra: nuestro centro.

Desde mi balcón la noche naciente me llena de la esperanza de un nuevo comienzo, de una nueva vida cobijaba por edificios y cemento y un horizonte eterno e inexpugnable de luces y colores.

Erika Moreno