Siempre pensé en el día de tu partida como el límite de muchas cosas, de muchos pensamientos y de muchas vivencias. No puedo creer que ya lleve viviendo ocho días en este mundo nuevo que creaste sin tu presencia. Ocho días en que se revolucionó el mundo, pero más allá de eso, revolucionó mi mundo, de la misma manera en que lo revolucionaste en vida ahora con tu partida lo vuelves a hacer.
Nunca concebí una vida sin ti, es raro mirar el mundo con estos nuevos ojos que saben que ya no estás, es raro porque crecí y viví al alero de tu presencia en este planeta, es como si se apagara el sol.
Los colores son distintos ahora, el cielo se opacó y el dolor de tu partida, un llanto sin lágrimas, me acompaña en todo instante, porque en cada risa, en cada día que pasa se siente tu ausencia, el los sabores, en los olores de cada día.

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Fuiste algo más que mi ídolo, tu presencia está inmersa en todos los recuerdos de infancia, de juventud, la imagen del príncipe azul que en mi tierna e ingenua juventud tenía tu rostro y que cruzó las fantásticas historias que mi cabeza llena de ideas se inventaba.
Mi Príncipe Azul que en esta historia más allá de mi imaginación no tiene un final feliz como en mis pensamientos. Mi Príncipe Azul lleva dos autopsias, mi Príncipe Azul tendrá su funeral la próxima semana, mi Príncipe Azul de las historias infantiles no tuvo un «vivieron felices para siempre», mi Príncipe Azul lleva 8 días muerto y yo, su princesa, también morí con él. Nunca más seré Princesa ni en la imaginación, la realidad cayó sobre mis hombros ese día que decidiste irte dejando a tus súbditos desconsolados sin ti.

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Siempre me preguntaba, en esas épocas de mayor fanatismo, qué iba a pasar el día que te fueras, la fecha límite, el fin de todas las cosas. Pero nada pasó, sólo te lloré en silencio en mi casa y luego… luego nada… abrir los ojos a un nuevo día, la vida sigue con o sin ti, el mundo gira con o sin ti y yo soy capaz de sonreír con o sin ti, capaz de comer con o sin ti, de vivir con o sin ti. El dolor va por dentro, por fuera el mundo es igual, y mientras escribo estas líneas y me voy dando cuenta que en realidad estás muerto, que no es una pesadilla, que aunque trate de ocultármelo es verdad, me doy cuenta que ni siquiera puedo sacar este dolor en forma de lágrimas. Hay dolores que son más profundos, que se incrustan profundo en el corazón como tesoros inalcanzables, dolores que no se sienten incluso porque la mente tiende a borrarlos en pos de un sentido de supervivencia. Pero están ahí, como tu imagen, como tú en tus épocas de esplendor y gloria y en tus épocas de oscuridad, completo tú, rey y hombre, ídolo y villano, completo tú con virtudes y defectos, con éxitos y fracasos, verdad y leyenda. Y mientras nace la leyenda, el hombre que amé se va despidiendo, un hombre lejano e inalcanzable sí pero hombre al fin y al cabo. Nace el mito, la leyenda desprovista de defectos, la imagen idealizada del ídolo que amé, todos los malos momentos que viví apoyándote con el tiempo se irán borrando, la mente de tu pueblo es frágil, pronto serás una estrella idealizada en el firmamento de los grandes, pero aquellos que te amamos profundamente sabremos que en aquellos momentos más dolorosos y más tristes de tu vida fueron donde demostramos que creímos en ti, confiamos en ti y ahora nuestra gran victoria es saber que tras tu partida, el mundo entero piensa lo mismo que nosotros llevamos pensando y sintiendo por décadas.

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Sin embargo, tú hoy me dueles, un dolor ahora asociado a la imagen que amé, una imagen querida que hoy trato de espantar, recuerdos preciados que intento en vano de ocultar, porque tendré que hablar de ti en utilizando pretéritos «fuiste, dijiste, estabas, eras…» nunca más verbos en presente, nunca más «eres, dices, estás…» todos esos verbos se reservan para mi corazón porque sólo ahí eres presente, porque a pesar de que nunca fuiste mío ni nunca lo serías, tu imagen si lo era, tu voz, tus palabras, tu música, tu baile sí lo eran. Tu vida en vitrina desde que eras pequeño era como conocerte verdaderamente, mis recuerdos mezclados con tu imagen, es como haberte tenido alguna vez.
Y aunque suene desquiciado, eres parte de mi vida, estuviste en mi infancia, me viste crecer, me alegraste en mis victorias y me alentaste en mis fracasos, tu voz estuvo en mis lágrimas y risas, tu voz es el soundtrack de mi vida, una inspiración, un ídolo, un rey que hoy vuela desprovisto de las cadenas de la carne, invisible para mis ojos, más bello e iluminado que nunca, que viaja a la velocidad del sonido hacia las estrellas que tanto amó.
Hasta siempre, mi dulce Michael y en estas las últimas palabras que te escribo dedicadas no al mito sino al hombre, te digo que te amé todo lo que pude amarte a pesar del espacio y las distancias.