Ya he repetido hasta el cansancio lo orgullosa que me siento de haber sido parte de este proyecto cinematográfico, el primero en su clase en nuestro país y que espero que con los premios que ha ganado y con los resultados obtenidos, sea un precedente para lo que vendrá en el futuro para el cine chileno, cuyo cine ha intentado por años abrirse paso en medio de un sinfín de proyectos de amplio presupuesto y poco cerebro y de un limitadísimo número de «afortunados» que se llevan no sólo todo el dinero en base al llamado pituto sino que a otros truquitos menos honorables.

Pero más allá del resultado total o parcial de esta obra que ahora es un hecho no sólo consumado sino que laureado, hay una historia de altos y bajos, una aventura que marcó y seguirá marcando la vida de una treintena de incautos soñadores que se embarcaron a ojos cerrados en este proyecto que tal cual una gestación con parto incluido nos sacó sangre, sudor y lágrimas.

Es extraño pensar que han pasado cinco años, es extraño porque es como si hubiese sido ayer cuando en un foro de fanáticos mis ojos de universitaria leyeron en una roñosa pantalla de los antiguos computadores de la biblioteca de mi universidad aquel llamado de Inti Carrizo-Ortiz al cual no dudé ni dos segundos en aceptar.

¿Quién de nosotros pensó lo que sucedería luego en esa primera reunión? Había caras conocidas y otras que desaparecieron ese mismo día, pero el núcleo del equipo estaba ahí, con sus miradas ilusionadas. Debo confesar que estuve varios días rogándole a Inti que deseaba ser parte de los 5 Jedi protagonistas en el cortometraje en ese primer borrador del guión y no tengo palabras para describir mi agradecimiento por haber sido seleccionada para tal papel por mi hoy en día buen amigo y compañero de ñoñeces y reseñas.

Y además tuve la oportunidad no sólo de ponerle el nombre a mi personaje, sino que de vestirlo también. Una tarde me llevó nombrar a esta arisca y misteriosa Jedi que interpretaría, una tarde con diccionario Portugués – Latín que me había regalado mi buena amiga Viviana Espinoza de su viaje a la bella Portugal. Bellatrix, guerrera en latín, fue el apellido que llevaría mi personaje, apellido que además era el nombre de una de las estrellas del famosísimo Cinturón de Orión o conocido comúnmente como las Tres Marías  y el nombre Siddhis fue sacado de un mantra indio que leí en uno de los innumerables libros místicos de mi amada madre. Siddhis significa «poderes sobrenaturales». Era perfecto, era lo que estaba buscando y lo amé desde el primer momento en que lo vi escrito en el segundo borrador del guión donde Inti me había regalado no sólo unas líneas de parlamento sino que una batalla con espadas láser; un sueño hecho realidad.

Llevo en mi corazón cada una de las grabaciones en las que participamos, era como estar viviendo un sueño, como si en cualquier minuto fuera a despertar, pero era realidad, estábamos viviendo la primera película de ciencia ficción en Chile y no sólo eso, estábamos creando Star Wars. Algunos me preguntan qué es lo más importante que nos llevó a crear lo que creamos, yo creo que es muy simple, creo que todos en algún rincón de nuestro corazón sabíamos que Renacimiento sería grande, desde el primer comienzo no nos conformamos, desde el comienzo pusimos en nuestro trabajo no sólo amor sino que confianza, confianza en que estábamos haciendo algo único pero a la vez maravilloso, que estábamos en el momento correcto, que éramos parte de un mundo donde éramos capaces de crear sueños, de hacerlos realidad y donde cada integrante fue libre de poner lo mejor de cada uno en un trabajo que nos apasionaba a todos.

Nos atrevimos a imaginar, a mirar más allá de nuestras limitaciones, a no darnos por vencidos jamás. Y con esto no digo que no hayamos tenido problemas, no digo que no haya habido peleas, discusiones, lágrimas, cambio de planes, miedos y esas cosas tan humanas, pero parecía y parece que Renacimiento fue y será más grande que todo eso, más grande que las peleas internas que suceden en cualquier equipo, más grandes que las grandes caídas que sufrimos, que las lágrimas derramadas por muchas situaciones insalvables, por muchas situaciones injustas. Pero Renacimiento estaba en nuestra mente siempre, como un hijo salido de nuestro vientre y hecho de nuestra sangre, jamás lo abandonamos, jamás lo dejamos de lado, y hubo ocasiones en que lo quisimos, en que quisimos abandonarlo, en que creímos que nunca podríamos, pero la fuerza de la imaginación, un extraño bichito que hizo su nido en nuestro interior, nos dio la fuerza para seguir adelante cuando nadie más lo hubiese hecho.

Y si el proceso de grabación, desde conseguir locaciones hasta llegar a las grabaciones mismas con todos los problemas que eso conlleva fue extenuante, el proceso de post producción lo fue aún más.

Las bellas espadas de colores que ven en pantalla fueron un trabajo largo muy largo de un arduo y extenuante proceso llamado «rotoscoping» que se convirtió en nuestra jerga interna en sinónimo de trabajo incansable e interminable. Lo sé porque lo viví, y cuando todos mis compañeros se veían dedicados a otros menesteres en el cortometraje como creaciones de mágicas ciudades y bellos render, yo me dediqué a «pintar» cuadro por cuadro aquellas batallas que tan hermosas se ven en el cortometraje. Me quedaba hasta altas horas de la noche acompañada sólo de mi notebook mirando nuestra caras deformarse una y otra vez al son de una batalla pasada cuadro por cuadro. Pero valió la pena.

Valió la pena ese esfuerzo y muchos otros, valió la pena grabar bajo el calor de fines del verano la magnífica escena de la batalla de Fondor, valió la pena pasar dos noches en vela en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile grabando las intensas escenas de los subterráneos de Fondor. Valió la pena correr por las calles de Santiago después de la primera reunión de Renacimiento tratando de encontrar un transporte que me llevara a casa. Valió la pena quemarme los ojos y neuronas creando dos novelas que contaran las historias no contadas de estos magníficos personajes. Valió la pena los ensayos en el Dojo creando las peleas de espadas que tan pero tan lindas se ven en pantalla. Valieron la pena las amistades conocidas, las amistades desechas, las personas que conocí, los amigos que acuñé y que hasta hoy me acompañan en mis travesuras cinéfilas, el amor encontrado al alero de la cámara filmadora, las lágrimas, las risas, la desesperación, el sudor, el sufrimiento y la satisfacción y orgullo, fiestas, desencantos, esfuerzo, el coraje, el miedo. Todo, absolutamente todo valió la pena y no le cambiaría nada, ya que la historia de estos cinco años fueron escritas así por alguna razón. Y a todos con quienes compartí, mucho o poco, cinco minutos o cinco años de amistad, a todos agradezco y a todos llevo en mi corazón sin excepción y espero que en esta o en otra vida nos encontremos para seguir soñando, para seguir creando y abriendo espacios.

Y cuando vi Renacimiento por primera vez, cuando la fanfarria típica comenzó y la pantalla se iluminó con nuestro trabajo me di cuenta que experiencias como estas se dan pocas veces en la vida de ciertos privilegiados en países como Chile, y me sentí parte de un grupo de creadores, de un grupo de soñadores que se atrevieron a escupirle la cara al miedo o al qué dirán e imaginaron un sueño, un sueño único que sería la base de otros sueños tanto propios como ajenos.

Tuvimos muchos orgullos en el camino fuimos invitados a Star Wars: The Exhibition Chile, estuvimos con Star Wars V Región, Fan Solo amigos entrañables que tan bien nos recibieron, estuvimos en diversas muestras de cine y competimos en Brasil, uno de mis logros como traductora de Portugués e Inglés del cortometraje, y cruzamos fronteras, fronteras geográficas y personales.

Y cuando escuché la noticia de que habíamos ganado en el concurso organizado por George Lucas, el mismísimo creador del maravilloso y único universo de Star Wars, más allá de sorprenderme, fue como sentir que el Destino y el Universo nos habían devuelto aquello que le habíamos dado, y a riesgo de sonar altanera era como si lo mereciéramos desde el primer momento en que nos reunimos por primera vez, era como si estuviéramos destinados a vivir esto, era como si lo supiera de siempre.

Cuesta cerrar etapas, sobretodo una tan fructífera como esta, pero tengo la certeza o el ferviente deseo de que en un futuro volveremos a sentir la magia y la imaginación, y volveremos a crear y volveremos a vivir, ya sea cada uno por su cuenta o juntos como me gustaría, experiencias cinéfilas que marcan vidas. Ese es mi deseo y estas palabras son mis agradecimiento a quienes compartieron conmigo este viaje, a quienes me invitaron a ser parte de él, a quienes confiaron en mis capacidades, a quienes no lo hicieron porque me dieron fuerza para seguir, a quienes odiaron y amaron trabajar con esta servidora, a aquellos que apoyaron el proyecto desde el comienzo, a aquellos que lo apoyaron y después se desilusionaron, a aquellos que no creyeron nunca en él, a aquellos que se enteraron hace poco de lo que pasó en este alejado y pequeño país, a los que nos ayudaron en el camino, a la vida por ponerme en el lugar correcto, a mi familia, mi amor y mis amigos, compañeros de trabajo, conocidos y no tanto.  A todos. Gracias totales.

Vean el resultado de este trabajo aquí.